Relatos y textos

Darío Ledesma

El secreto de Thoorgu

   -¡Maldita sea, Malcolm! No sé cómo pude dejarme convencer para venir contigo a esta locura. ¡Al final serán nuestros cadáveres los que encuentren, y no el de Paul!

   -¡Cierra el pico, Sally! Sabes tan bien como yo que Paul no está muerto... Fue todo demasiado extraño, demasiado misterioso como para que fuera devorado por una jauría de lobos. Sobre todo, después de que nos hablara de esa antigua leyenda...

   La lluvia y oscuridad de la noche no hacían sino incrementar el temor interno de Malcolm y Sally hacia lo desconocido. ¡Oh, sí, sentían pavor! ¿Quién no lo hubiera sentido en una noche como aquélla, en la que el gélido frío y el inquietante ulular del viento hacían desfilar macabros y terroríficos seres por sus pensamientos? ¿Quién de los dos no imaginaba a su amigo Paul siendo desmembrado, devorado y desfigurado por una horda de heterogéneas criaturas salidas del mismísimo averno? Pero, por encima de todo ello... ¿quién de los dos era capaz de mostrarlo ante el otro?

   El bosque no era el mejor lugar para pasar la noche. Lo supieron aquella aciaga noche de invierno en la que, como contendientes en duelo, se retaron a pernoctar en el miserable lugar en el que desapareciera Paul. Absorto en este y otros pensamientos, Malclom saltó insperadamente al escuchar el crepitante sonido de una hoja al caer, agarrando con fuerza el brazo de su compañera.

   -¡Malcoooolm...! - la voz de Sally surgió dulce, melodiosa y protectora, mientras esbozaba una tímida sonrisa- ¡Es sólo una hoja! ¿No crees que ya es hora de que descansemos un poco? Mi madre me va a matar cuando se entere de esto... Me imagino que ya estará montando una batida de búsqueda para encontrarme.

   -¡A ti, solo a ti! - respondió el muchacho, apesadumbrado-. Mi tío Jack ni siquiera sabe que existo. Podrían secuestrarme, o matarme, y nunca se enteraría. Si mis padres aún vivieran, al menos tendría alguien que se preocupara por mí.

   Acababan de llegar al punto exacto en el que su amigo Paul desapareció. Aún tenían recientes aquellas imágenes en su retina. Mientras Sally y Malcolm se agachaban para preparar la hoguera que les serviría de cobijo y abrigo, Paul se sentó justo frente a ellos, sobre un pequeño tronco enmohecido. No percibieron ninguna presencia, nada extraño escucharon pero... al levantar la vista, allí sólo estaba el viejo tronco. Ni rastro de su amigo.

   Ambos confiaban ciegamente en que Paul continuaba en el bosque. Tal vez secuestrado por algún viejo huraño que podría haber perpetrado mil barbaridades con él. Tal vez oculto en algún páramo desconocido, intentando hacer de su "desaparición" una más de sus populares y poco agradables bromas. Sea como fuere, Paul seguía allí, y ellos iban a traerle de vuelta a Anderville.

   -Malcolm, de veras, creo que ya debemos parar. Llevo bocadillos en la mochila, y aún queda media botella de agua. ¿Y si nos sentamos hasta que escampe y continuamos después, con fuerzas renovadas? - Sally insistía en su petición de descanso. En esta ocasión, Malcolm asintió con un pequeño giro de cabeza.

   -¿Sabes dónde podríamos guarecernos? - el brillo en los ojos de Malcolm no hacía esperar nada bueno de su nueva idea-. ¡La gruta de las almas errantes!

   -¿Qué? ¡No! ¡Ni se te ocurra! Tú, igual que yo, conoces todas las leyendas que hay acerca de ese lugar... Nadie en su sano juicio se atreve a ir allí, y menos en una noche como ésta. ¡Malcolm, piensa con la cabeza! Ya te he dicho que no me gusta cometer locuras sin ningún fundamento, aún no me creo que te haya acompañado hasta aquí... ¡Hace dos horas que debía estar en mi casa!

   La mente de Sally había explotado. Era evidente que no le gustaba la situación: se encontraban a solas en un oscuro lugar del bosque, hambrientos, mojados y con el frío calando cada centímetro de sus ya húmedos huesos. Malcolm la entendía, pero no podía volver. No, ahora que habían llegado tan lejos. No, ahora que creía haber encontrado la pista adecuada.

   -¡Pero Sally! ¿Y si ésa es la solución? ¿Y si Paul está en la gruta de las almas errantes y, por alguna oculta razón, no puede salir de allí? Tenemos la obligación moral de, al menos, echar un vistazo...

   Ante tal razonamiento, Sally no pudo hacer otra cosa que aceptar la voluntad de su compañero y continuar unos metros más, hasta llegar a la entrada de la conocida como gruta de las almas errantes. Ningún habitante vivo de Anderville conocía el origen de tal extraño nombre, y sólo podían especular al respecto. Como bien podréis imaginar, una denominación tan rocambolesca puede dar pie a variadas y curiosas interpretaciones. Hubo quien mezcló en ella al ángel caído, quien la asoció a una antigua batalla o quien, directamente, mencionaba el nombre de Abdul Alhazred y su grimorio maldito.

   Los dos adolescentes se internaron lentamente en la cueva, paso a paso, con un miedo que atenazaba sus pies y hacía vibrar el haz de luz de sus linternas. Poco había que temer, a simple vista, de la tan famosa gruta de las almas perdidas: un par de estalactitas coronando el techo del lugar, varios murciélagos durmiendo en uno de los recodos, ajenos a sus humanos visitantes, y el penetrante olor a descomposición del que no pudieron ubicar su origen. Exhaustos y derrumbados, decidieron sentarse en el húmedo suelo de la caverna para consumir los víveres que tanto tiempo habían cargado sobre sus espaldas.

   -¿Recuerdas lo que nos dijo Paul antes de...? - Malcolm temblaba al hablar.

   -¿La leyenda de Thoorgu, el errante? - preguntó ella algo contrariada.

   -Sí, la que nos contó antes de... ya sabes... - el pavor que aquella historia despertaba en él era palpable en su rostro.

   Minutos antes de su desaparición, Paul les había estado narrando la historia de Thoorgu el errante, una leyenda folklórica local que conocía de boca de su abuelo paterno, y que lleva siglos entre los habitantes de Anderville. Según ésta, en los bosques cercanos a la población moraba Thoorgu, una colosal criatura infernal que anteriormente tuvo forma humana. Sí, todo apuntaba a que Thoorgu había sido un religioso que, ansioso de poder, se atrevió a desafiar las leyes del tiempo, la razón y la lógica para contactar con otra realidad misteriosa, enigmática, oscura y... malvada. Su curiosidad le convirtió en un vomitivo ser que, desde entonces, vagaría de ciudad en ciudad, agazapado entre las sombras, obligado a reclamar víctimas con las que saciar su apetito inhumano.

   Parecía una mera anécdota, el típico cuento que se narra a los niños para asustarles, pero a Malcolm escucharlo le producía un gran desasosiego. Quizá porque el destino quiso que esa leyenda fuera lo último que escuchara de labios de Paul... En sus más horribles pesadillas, Thoorgu el errante se alzaba victorioso ante una auténtica pila de cadáveres desmembrados y semidevorados, formando un gran charco de sangre humana. Una dantesca imagen que le perseguía desde la fatídica noche en que perdieron a su compañero.

   Tras engullir en un tiempo récord los dos bocadillos, Malcolm y Sally acordaron dormir unas horas para aprovechar mejor el resto de jornada. Sin embargo, un ruido les despertó apenas pasados unos minutos. Parecían haber escuchado una pequeña piedra caer contra el suelo... Al abrir los ojos, pudieron confirmar que, efectivamente, algo o alguien les había lanzado un pedrusco desde el fondo de la gruta. Se miraron fijamente, y pudieron adivinar sus pensamientos.

   -¿Qué... qué hacemos, Malcom? -Sally temblaba con increíble violencia, cerrando sus brazos en el torso de su compañero, que apenas podía respirar con su abrazo.

   -No lo sé... Bueno, no te preocupes, seguro que ha sido algún animal, un conejo o una zarigüeya que ha querido cobijarse del viento y la lluvia, igual que nosotros. No hay otra explicación posible, aquí sólo estamos tú y yo...

   Inexplicablemente, un nuevo guijarro, esta vez el triple de grande que el anterior, rodó hasta sus pies. Malcolm encendió rápidamente su linterna y dirigió la luz hacia el fondo de la cueva, intentando en vano atisbar siquiera un minúsculo rasgo que pudiera arrojar una solución creíble y acabar con su angustia. No tuvo más remedio que levantarse y, poco a poco, escudriñar la oscuridad del lugar...

   -¡No! ¡Malcolm, no! ¡Vámonos, vámonos rápido! ¡Esto no está bien, vamos a morir, vámonos! - el nerviosismo de Sally hizo que las lágrimas comenzaran a caer por sus púberes mejillas, seguras del terrible destino que les aguardaría.

   Malcolm no sufrió. No tuvo tiempo. La horrenda criatura surgió repentinamente de entre las sombras, como un fugaz girón, y con sus enormes garras partió el cuerpo de Malcolm como si se tratara de un bastoncillo. Vació el contenido de ambas mitades entre sus afilados y numerosos colmillos, masticando los órganos y vísceras de una forma ruda y salvaje. Aún colgaba de entre sus fauces un pedazo sangrante de intestino cuando, tras dos rápidas zancadas, sujetó entre dos de sus garras la cabeza de la aterrorizada Sally, presionando hasta reventar su cráneo y esparcir los restos de su cerebro por las paredes de la cueva.

   Malcolm y Sally estaban muertos.

   La criatura a la que una vez llamaron Paul escupió los últimos restos de sangre que quedaban en su mandíbula y volvió a su oscuro escondrijo. En un par de años, tres como mucho, volvería a adquirir forma humana para saciar su apetito. Así había sido siempre.

© 2018 Darío Ledesma de Castro. darioldc@hotmail.es. Todos los derechos reservados.
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