Relatos y textos

Darío Ledesma

Pancho, el ratón colorao

En horribles formas varias

en un instante se muda;

ya es el duende, ya fantasma;

ya don Lope, ya don Carlos;

ya es ave, ya pez, ya cabra...

(Thomas Añorbe y Corregel: El duende de Zaragoza)

Hacía años que no pensaba en mi querido amigo Pancho. Aunque llevaba tiempo sospechando de su presencia en casa, no fue hasta un caluroso día de verano cuando pude cerciorarme de su curiosa existencia. Todo ocurrió cuando yo apenas contaba con 7 años, y mi impresionable mente aún podía aceptar todo lo que sucediese a mi alrededor, por muy extraño y bizarro que fuera.

Me encontraba en mi habitación, sentado en el suelo divirtiéndome inocentemente con los juguetes que mis padres me habían regalado por mi último cumpleaños. Recuerdo que acababa de dejar en un cajón a Robby, un pequeño robot de hojalata que aún hoy día conservo con intensa nostalgia. Cuando, al cabo de cinco minutos, quise volver a recuperarlo, Robby había desaparecido por completo. Removí de nuevo el contenido del cajón. Busqué debajo de la cama. Registré exhaustivamente las mesillas, el baúl e incluso el armario. Ni rastro de Robby.

Iba a darme por vencido cuando, tras realizar una mueca de desespero y congoja, escuché una sonora risa burlona tras de mí. Me di la vuelta asustado, y allí estaba él. Vestido completamente de rojo, de unos 10 centímetros de alto y acariciando una especie de laúd entre sus manos. ¡Ah, y lo más importante! Tenía forma de ratón...

-¿Quién demonios eres tú? -pregunté, no pudiendo ocultar mi sorpresa.

-¿Demonios? No, amiguito, no... te has equivocado de criatura. Soy un duende, uno de los tantos que pueblan las tierras españolas. Soy un espíritu de la naturaleza y pertenezco al pueblo de la Gente Menuda, como nos llama mucha gente.

-¿Un duende? -mi incredulidad era patente -. Pero... ¡si eres un ratón!

-¡Ésa es la forma con la que nuestra raza, los ratones coloraos, solemos presentarnos ante vosotros, los humanos! Créeme, no te gustaría observar mi auténtico aspecto... - el duende no parecía querer hacerme daño, sino un poco de distraída conversación.

-No puedo creérmelo... un duende... ¡en Murcia! ¡En mi casa! -me desbordaba la alegría, pues tenía la impresión de estar contemplando algo único y lo que más deseaba era poder contarlo a mis amigos en cuanto pudiera, a pesar de que intuía su incredulidad ante la inverosímil historia.

-¡Oh, somos más comunes de lo que la gente piensa! -la criatura me miraba fijamente desde sus ojos de intenso color marrón-. En Murcia vivimos los llamados ratones coloraos, pero tenemos muchos más hermanos... Los follets en Cataluña, los martinicos en Castilla, los frailecillos en Extremadura, los trasgus en Asturias...

La conversación que iniciamos en ese momento duró toda la tarde. Me habló sobre su predilección por los juegos de magia, el algodón de azúcar y los libros de los hermanos Grimm. Me contó grandes cosas sobre la historia de los ratones coloraos y su presencia invisible para los humanos durante siglos. Y, sobre todo, me confesó haber estado a mi lado durante las últimas semanas, haciendo trastadas a mis padres y entreteniéndose con mis juguetes cuando yo no estaba.

Me hizo una demostración especial de sus increíbles piruetas, bromeando ambos sobre el mote con el que le bauticé: "roedor saltimbanqui". La tarde pasó rápidamente entre risas y juegos, pero cuando apenas el sol comenzaba a desaparecer su gesto se torció y expresó su intención de volver a su hogar.

-¡No te preocupes, volveremos a vernos pronto! -me consoló desde el alféizar de la ventana-. ¡Oh, soy un loco tarambana! Me olvidaba de decirte que, si miras en el cajón de la mesilla, podrás encontrar de nuevo a Robby...

Efectivamente, hurgué entre la maraña de objetos del cajón y allí estaba de nuevo el pequeño robot al que ya daba por perdido.

-¡Toda la tarde juntos y al final no me has dicho tu nombre! ¿Cómo te llamas? -exclamé antes de perder de vista al peludo duendecillo.

-¡Soy Pancho! Y no lo olvides... ¡volveremos a encontrarnos! -tras estas últimas palabras, el ratón colorao saltó desde la ventana y desapareció. No podéis imaginaros lo emocionado y confuso que me encontraba tras verle saltar, no sólo por el sorprendente encuentro sino por la premura de su despedida.

A pesar de su promesa, no he vuelto a saber de Pancho desde entonces. En algunos momentos de mi vida he tenido la impresión de que se encuentra mucho más cerca de lo que creo, alegrándose cuando las cosas me van bien y compartiendo mis penas cuando la desdicha me sobrevuela. ¿Quién sabe si, en este preciso instante, no está observándome mientras escribo su historia, esbozando una sonrisa cómplice desde algún imperceptible escondrijo de mi habitación?

© 2018 Darío Ledesma de Castro. darioldc@hotmail.es. Todos los derechos reservados.
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